ENSAYO - Algoritmo y Control Social


En las últimas décadas, el avance acelerado de la tecnología digital ha transformado profundamente la manera en que las sociedades se comunican, se informan y se organizan. En este contexto, los 
algoritmos —conjuntos de instrucciones que procesan datos y ejecutan decisiones— han adquirido un poder cada vez más determinante en la vida cotidiana. Su uso no se limita a funciones técnicas: actualmente, los algoritmos influyen en nuestras preferencias, relaciones, oportunidades laborales y hasta en nuestros comportamientos políticos. Esta influencia ha abierto un debate crucial en el campo de la psicología social: ¿hasta qué punto los algoritmos se han convertido en una nueva forma de control social?

El control social, entendido como el conjunto de mecanismos que regulan el comportamiento dentro de una sociedad, ha pasado de formas tradicionales (leyes, normas, instituciones) a mecanismos más sutiles y automatizados. Los algoritmos, al operar de forma invisible y constante, se convierten en dispositivos que moldean nuestras decisiones sin necesidad de ejercer fuerza o coerción explícita. Nos indican qué ver, qué comprar, a quién seguir, con qué ideas relacionarnos y cuáles ignorar. Así, guían nuestras acciones bajo la apariencia de personalización y eficiencia.

En redes sociales como Instagram, TikTok, Facebook o X (antes Twitter), los algoritmos determinan qué contenido se muestra a cada usuario, en función de su historial de navegación, interacciones previas y perfiles similares. Aunque esta personalización puede resultar útil, también encierra riesgos importantes. Uno de ellos es la creación de burbujas de información o “cámaras de eco”, donde las personas solo reciben contenidos que confirman sus ideas, reforzando prejuicios y dificultando el pensamiento crítico. Esto tiene implicaciones políticas y sociales profundas: al limitar la exposición a la diversidad de opiniones, se debilita el debate democrático.

Además, los algoritmos operan bajo lógicas comerciales que priorizan la atención y el tiempo de permanencia del usuario. Para ello, seleccionan contenido que genera reacciones emocionales fuertes (como indignación, miedo o entusiasmo), lo cual puede amplificar la polarización social, la desinformación y los discursos de odio. Aquí, el algoritmo no es neutral: funciona como un sistema de control emocional y cognitivo que orienta conductas masivas, muchas veces sin que las personas sean conscientes de ello.

Otro campo clave donde los algoritmos ejercen control social es en el acceso a derechos y servicios. Por ejemplo, sistemas automatizados de selección de personal, asignación de créditos o vigilancia predictiva en seguridad pública utilizan algoritmos que, aunque diseñados para ser “objetivos”, pueden reproducir sesgos raciales, de género o de clase contenidos en los datos con los que fueron entrenados. Así, decisiones que antes tomaban seres humanos ahora las toman máquinas, pero con criterios opacos, difíciles de cuestionar y sin posibilidad de apelación clara.

Desde una perspectiva crítica, autores como Shoshana Zuboff han advertido sobre el surgimiento de un “capitalismo de la vigilancia”, en el que los datos personales son recolectados, analizados y comercializados para predecir y modificar el comportamiento. Esta lógica transforma a las personas en objetos de análisis y manipulación, y a los algoritmos en herramientas de poder que operan más allá del control ciudadano.

Ante este panorama, es urgente promover una alfabetización digital crítica que permita comprender cómo funcionan los algoritmos, quién los diseña, con qué fines y bajo qué intereses. También es necesario exigir transparencia algorítmica, regulación ética y participación social en el desarrollo de tecnologías que afectan directamente nuestras vidas. Los algoritmos no son simplemente herramientas técnicas: son construcciones sociales cargadas de valores y decisiones políticas.

En conclusión, los algoritmos se han convertido en una nueva forma de control social, silenciosa pero efectiva. Si bien ofrecen ventajas tecnológicas, también plantean desafíos éticos y democráticos fundamentales. Comprender su lógica y sus efectos es esencial para garantizar una sociedad más justa, consciente y libre frente a los poderes invisibles que hoy moldean nuestras decisiones.

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