ENSAYO - Pensamiento grupal


El pensamiento grupal, también conocido como 
groupthink, es un fenómeno psicológico que ocurre cuando la necesidad de cohesión y armonía en un grupo supera la capacidad de sus miembros para evaluar críticamente las decisiones. Propuesto por el psicólogo Irving Janis en la década de 1970, este concepto ha sido fundamental para entender cómo grupos aparentemente racionales pueden tomar decisiones colectivas erróneas, arriesgadas o incluso catastróficas. El pensamiento grupal nos advierte sobre los peligros de la homogeneidad ideológica, la autocensura y la presión social dentro de los grupos altamente cohesionados.

En esencia, el pensamiento grupal se presenta cuando los miembros de un grupo, en lugar de fomentar la diversidad de opiniones, tienden a suprimir dudas o alternativas por temor a la desaprobación o al conflicto interno. Esta dinámica se ve reforzada por un fuerte sentido de lealtad al grupo, la presencia de un líder dominante o carismático, y la percepción de amenazas externas que intensifican el deseo de unidad. Como resultado, se prioriza el consenso sobre la evaluación crítica, lo cual puede llevar a decisiones ineficaces o moralmente cuestionables.

Algunos síntomas característicos del pensamiento grupal incluyen: la ilusión de invulnerabilidad (“no podemos equivocarnos”), la racionalización de advertencias contrarias, la percepción negativa de quienes discrepan (etiquetándolos como enemigos o desinformados), la autocensura de ideas divergentes y la ilusión de unanimidad, donde el silencio se interpreta como acuerdo. Además, suele existir una presión directa sobre quienes expresan desacuerdo, lo que reduce aún más la posibilidad de deliberación abierta.

El pensamiento grupal ha sido documentado en contextos tan diversos como decisiones políticas, comités académicos, grupos religiosos, corporaciones empresariales o movimientos sociales. Un caso paradigmático citado por Janis fue el fiasco de la invasión a Bahía de Cochinos en 1961, donde el grupo asesor del presidente John F. Kennedy, a pesar de las dudas individuales, se alineó con una estrategia militar mal concebida debido al deseo de mantener la cohesión interna. Esta situación mostró cómo la falta de debate abierto puede tener consecuencias graves a gran escala.

En entornos cotidianos, el pensamiento grupal también puede manifestarse, por ejemplo, en aulas educativas donde los estudiantes se inhiben de cuestionar al docente o a sus compañeros por miedo a “romper la armonía”. En espacios laborales, puede impedir la innovación cuando los equipos descartan ideas arriesgadas para evitar tensiones. Incluso en movimientos sociales, el exceso de unidad puede invisibilizar posturas críticas internas y limitar la evolución del grupo.

Combatir el pensamiento grupal no significa promover el conflicto permanente, sino fomentar una cultura de diálogo crítico, respeto por la disidencia y apertura a distintas perspectivas. Algunas estrategias recomendadas incluyen asignar a una persona que haga de “abogado del diablo”, promover discusiones por subgrupos antes de tomar una decisión general, y garantizar que todos los miembros tengan espacio para hablar sin miedo a represalias. El liderazgo también juega un rol clave: los líderes efectivos no imponen su opinión, sino que promueven la deliberación y el pensamiento independiente.

En conclusión, el pensamiento grupal revela cómo los procesos colectivos pueden afectar la capacidad individual de juicio, incluso entre personas inteligentes y con buenas intenciones. Entender este fenómeno es crucial en una sociedad donde las decisiones colectivas influyen cada vez más en nuestras vidas, desde la política hasta la cultura digital. Fomentar grupos diversos, críticos y democráticos no solo mejora la calidad de las decisiones, sino que también fortalece la salud ética y cognitiva de nuestras comunidades.

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